domingo, 14 de octubre de 2007

SIN SECRETOS

Los casinos ya no dependen únicamente, como una vez, de la mirada atenta de los inspectores que circulan con aire despreocupado y vestidos de civil por todas las salas. Los croupiers están advertidos. Pero no todo el público; y es por eso que todavía hay algún desprevenido capaz de intentar la picardía de llevarse la ficha de $ 20 que ya jugó otra persona, mientras coloca sobre el mismo número su modesta pieza de 2 pesos.
Las cámaras, implacables, registran todo, como se ve en el filme “Raínman”, cuando Dustin Hofman y Tom Cruise juega Black Jack en Las Vegas. Basta un llamado del inspector desde el teléfono de la sala al cuarto de video para que la atención se concentre en esa mesa.
Hay más o menos cantidad, con mayor o menor grado de sofisticación técnica según el casino. Aquí, en Europa, en Estados Unidos, en Oriente o en el Caribe. Pero, sean públicos o privados, todos los establecimientos hoy tienen cámaras. Algunas sólo televisan, pero la mayoría también graba y el video que registran, de cada partida, será conservado por el término de hasta dos semanas.
Las imágenes son recibidas en una oficina interna, que puede o no tener vista al salón, detrás de falsos espejos o vidrios opacos. Allí funciona un conjunto de aparatos que haría las delicias de aquel Gene Hackman de “La Conversación”.
Son decenas y están capacitadas para producir, con gran precisión y extrema calidad, cintas y fotografías de un instante determinado. Ante una situación considerada fuera de lo normal, una placa a todo color tornará inapelable cualquier reclamo. Y si eso todavía no fuera suficiente prueba, tendrán guardado bajo la manga el video del ó los protagonistas captados in fraganti.
En Mar del Plata los equipos son muy generales pero igualmente efectivos. Se introdujeron hace relativamente poco tiempo, al punto que cuando en 1990 se realizó la famosa investigación de la SIDE para desbaratar a un grupo de pagadores inescrupulosos hubo que filmar la operación desde una mirilla del cielorraso, a la que se accedía a través de una falsa viga antes de ingresar a lo que era la sala común.
Esa sonada tarea de inteligencia permitió apartar a un grupo de casi 300 empleados sobre una dotación de 2.500. Entre ellos estaba el grupo de talladores que preparaba los pases en los sabot de punto banca, para lo cual recibían instrucción en una “academia” que funcionaba fuera del casino.
Eran verdaderos prestidigitadores. Parecía que mezclaban, pero no lo hacían. Luego encerrada en la caja, corte mediante, quedaba lista para aparecer la serie de naipes acomodados. Con un simple llamado telefónico pasaban la clave a sus cómplices:
“Después del rey de trébol vienen las bancas'. No hacía falta mucho. Seis ó 7 pases jugados al máximo eran suficientes para hacer una buena diferencia.

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